Islas de Valdemoro
Islas de Valdemoro
Son casas adosadas, de una planta, con estructura sencilla y acogedora, penúltimas hornadas honradas en lo que a construcción se refiere, con clásicos tejados en uve invertida cubiertos por tejas, enjalbegadas la mayoría de sus paredes exteriores, como otros muchos hogares rústicos del sur de España, no pocos de ellos reconvertidos hoy para acoger, en forma de turismo rural, a los agitados excursionistas que vomitan las grandes urbes.
Algunas de estas hermosas casas, construidas entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, todavía subsisten en determinados puntos de nuestra Villa con carácter humilde y limpio, como las almas que acogen desde hace más de tres decenios, de cuando Valdemoro seguía siendo un pueblo para muchos paisanos y forasteros atraídos, marcando con la blancura de sus paredes nuestros antiguos arrabales.
En las calles Mallorca y Menorca, cercanas a la estación de ferrocarril, quedan unas cuantas de estas viviendas, seis en una y otras seis en la otra. La mayoría de sus propietarios son personas mayores, con experiencia y edad avanzadas. Aunque también cohabita en su vecindad una empresa dedicada a los asuntos medioambientales.
Representantes de nuestro Ayuntamiento les han visitado en varias ocasiones, al menos dos, antes y después del verano de 2006. La intención de estos correveidiles oficiales no era otra que intentar convencerlos para que les vendieran sus casas. Como cebo, les ofrecieron unos cuantos millones de pesetas, para que lo entendieran mejor y les pareciera más substancioso que escuchado en euros, y hasta dos pisos gratis de los que se construyeran.
Esta charla añadía que los pisos ofrecidos serían de ladrillo nuevo, con ascensor y calefacción para sus cansados huesos, e infraestructuras – palabrita mágica empleada mucho por la usura de los últimos lustros – como zonas ajardinadas, parques y piscinas donde descansar el resto de sus días con sus hijos y nietos.
Sin embargo, los vecinos de estos islotes inmobiliarios de Valdemoro con nombres de islas se conocen desde hace bastante tiempo y se llevan bien. No dudan cuando dicen respetarse e incluso estimarse, y esto es algo que valoran mucho. Mucho más que a los ladrillos de obra nueva y al euro que mató a la peseta y multiplicó por bastante el número de personas pobres y, sobre todo, de pobres personas.
Hace tiempo, estos habitantes de las calles Mallorca y Menorca tuvieron problemas con los bajantes de agua. Cuando bajaba por la calle Ibiza, el agua de lluvia llegaba hasta sus puertas, se acumulaba y entraba en sus casas. A las peticiones efectuadas por ellos para el arreglo de esa congestión acuosa, responsables del Ayuntamiento respondieron que lo arreglarían cuando se hiciera el bloque nuevo ubicado entre el paseo de la Estación y la calle Gran Canaria.
Pero, construido el mencionado bloque, no sólo no arreglaron el problema, sino que la situación con el agua llovida empeoró. Los últimos aguaceros volvieron a inundar muchas de las casas de la calle Mallorca y Menorca.
Asimismo, en respuesta a la cantidad de edificios proyectados en esa zona por el Gobierno, los portavoces de nuestro Consistorio dijeron a estos vecinos que la altura de los pisos de la calle Gran Canaria no sería superior a tres plantas, para no romper la estética urbanística de esa peculiar zona. Tras este argumento, las empresas beneficiadas con licencia de obra municipal construyeron ocho frías moles de seis plantas cada una en ese hueco.
Estos valdemoreños añosos, pasados por agua y tomados por el pito del sereno, también solicitaron al propio alcalde unos bancos para sentarse y ampliar las aceras de sus calles, pues una persona pasa por ellas con dificultad, y más si es de edad. La respuesta del primer edil fue que lo miraría y vería qué cosa se puede hacer. Obras después, los constructores hicieron las aceras aún más estrechas para el mejor paso de los coches y pintaron aparcamientos en batería.
Ante el perjurio de la palabra gubernamental, estos vecinos prefieren no vender sus queridos hogares. Y menos bajo coacción de unos intereses inmobiliarios que se ven desde Marbella. Este innoble reclamo efectuado casa por casa, regateando de tú a tú, ha destruido ya muchas de estas viviendas en Valdemoro. Inmuebles que son parte de nuestra Historia.
Estos abuelos, como yo mismo, ven desaparecer sobrecogidos los apreciables cimientos que alentaron y recogieron sus vidas. Historias valiosas que, en vez de ser estimadas, restauradas y conservadas para gozo y aprendizaje futuros, se derrumban y vacían ante la pasividad, el extravío y el atropello administrativos.
Como marcan los cánones de la codicia, el derribo de una de estas casas de traza rural multiplicaría por mucho el precio de los pisos o chalés adosados y dobles que se construirían en su mismo espacio. Las anteriores plantas únicas darían lugar a la construcción múltiple de otras moles urbanísticas, llenas de beneficios para los traficantes de nuestra Casa Consistorial, sus colegas y sus primos.
Como en otros casos ya vendidos y comprados, ante las negativas de estos canos y decididos vecinos de las calles Mallorca y Menorca, los crápulas de nuestro Gobierno utilizan sus problemas y necesidades para castigarlos sin piedad, debilitarlos, doblegarlos y forzarles a vender sus estimadas moradas. Hogares que, como islas vírgenes y tranquilas entre inestable mar, sobreviven a los ansiosos bocados de la alcahuetería municipal.
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